Llevo más de veinte años persiguiendo frailecillos. En Escocia, Noruega, Islandia, Alaska… Recuerdo la primera vez que los vi: en las islas Lofoten (Noruega), unos pequeños balines negros volando a escasa distancia del agua. Mucha gente piensa que son aves de buen tamaño al ver los primeros planos que publican las revistas de naturaleza, pero su talla apenas supera un palmo. Llevaba unos prismáticos discretos y una vieja Yashica de arrastre manual, herramientas con las que hice lo que pude. Por la noche mis colegas y yo estábamos felices por haber imaginado (más que observado) a los puffins. Hoy, en Sumburgh Head, al sur de las islas Shetland, me he dado un homenaje que difícilmente podré olvidar. Sin prismáticos, pues les he espiado en sus nidos a dos o tres metros de distancia, ni cámara, pues el compañero llevaba un cañón con el que podía robarles el alma. Sentados en una mullida hierba al borde del acantilado, parecía que estábamos dentro de un documental de la BBC. Ayer un guía me preguntó cómo se llaman los puffins en español. “Frailecillos”, le dije. “Little monks”. Le hizo tanta gracia que me pidió que se lo escribiera. “Realmente parecen pequeños frailes”. Y ya tuve que traducirle el nombre de los demás habitantes de estas costas.
Foto Miguel Berrocal
Texto Miguel Á. Barroso
2 Comments
¡Vaya viajecito que os habéis pegado el tal Barroso y tú!
Como mola el pico!!!!!!!!!!!