Todo en el monumento a las víctimas del 11-M de Atocha tiene un aire prefabricado. El plástico que recubre los nombres de los fallecidos y que se despega en algunas zonas, los vigilantes de seguridad a la entrada y la salida. Las dobles puertas que parecen esterilizar tu presencia. Todo artificial, todo forzado. Aunque, una vez estás ahí, todo eso se olvida y sólo importa su recuerdo.
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