Funchal, uno de esos lugares con inexplicable encanto
Funchal es uno de esos lugares con inexplicable encanto. La ciudad, de naturaleza exuberante, está situada de cara al Atlántico dando la espalda a escarpadas montañas que evocan el origen volcánico del archipiélago de Madeira, de la que es capital. Su fundación se remonta a casi seis siglos atrás, cuando colonos portugueses se asentaron en la costa de una hermosa bahía, donde el hinojo, funcho en portugués, crecía en abundancia. De esa planta tomó su nombre, y de su entorno, su belleza y singularidad.
Elegancia urbana
Que Funchal es una urbe selvática se reconoce ante su espectacular paisaje sin ningún género de dudas, a la vez que se advierte que posee un toque de innata elegancia que se refleja en detalles como las farolas decoradas con geranios de la Avenida Arriaga, o en los edificios emblemáticos que en ella se alzan. Destaca en esta avenida principal la Catedral de Funchal, siendo esta construcción el más importante templo religioso del archipiélago y epicentro de la vida de la ciudad. A su alrededor se encuentran tiendas, cafeterías y los principales organismos administrativos de la isla.
El Mercado dos Lavradores: la esencia de Madeira
Paseando por la comercial Rua Dr. Fernão de Ornelas se llega al Mercado dos Lavradores, inaugurado hace más de 60 años. La calzada portuguesa de la calle se adentra en el patio del mercado como si exterior e interior fueran un mismo concepto. En la entrada, vendedoras de flores vestidas con trajes tradicionales ofrecen la estrelicia, la flor del paraíso, la cual a pesar de no ser autóctona, es símbolo de Madeira. Grandes paneles de azulejos pintados con temas regionales adornan la fachada, la puerta principal y la pescadería. En los puestos se venden productos de todas las clases y especies, mezclándose colores, sabores, olores. En esa mezcla se halla la esencia de la isla.
La zona Velha
En cada destino el viajero descubre una calle, plaza o avenida la cual no se cansa de recorrer una y otra vez. En Funchal es la Rua de Santa María. Estrecha, pero larga, une más de medio kilómetro en el que se arremolinan restaurantes, tiendas y turistas atraídos no solo por ser la zona más antigua, sino porque una iniciativa conocida como Puertas Pintadas la ha convertido en un museo al aire libre: pinturas de artistas que con cada centímetro de su dibujo emocionan al que las admira. Y si se dirige la mirada hacia el trozo de cielo que se vislumbra desde el adoquinado suelo, a lo lejos se ve pasar un teleférico cuya imagen elevándose crea un contraste entre falta de espacio y libertad absoluta.
Cruzando la zona Velha, en la que se encuentra entre otros rincones entrañables un antiguo barrio de pescadores, se llega a la estación de ese teleférico que se ha convertido en valor añadido para el turismo. Su ubicación junto al paseo marítimo ocupa un antiguo embarcadero. La distancia de casi cuatro kilómetros que cubre en apenas 15 minutos lleva a Monte, un pueblecito que ofrece una panorámica inolvidable desde sus 560 metros de altura. Durante el trayecto en la cabina, Funchal muestra su intimidad más absoluta, plataneras y maravillosos jardines se entremezclan con las viviendas escalonadas en las laderas de las montañas. Tejados junto a cultivos de plátanos, mangos, aguacates y huertas que tienen por horizonte el océano infinito.
Monte, algo más que inolvidables callejuelas
El interés que despierta Monte va más allá de sus callejuelas y de su conocida iglesia Nossa Senhora do Monte, pues gran parte de él nace de una de sus tradiciones: el descenso en carro de cesto. Asientos hechos de mimbre, empujados y maniobrados por dos isleños que se deslizan colina abajo hasta el Livramento recorriendo un total de dos kilómetros y alcanzando una velocidad de unos 48 km/h. La experiencia consigue que al doblar cada esquina en este “trineo” el tiempo retroceda más de un siglo y medio al origen, al comienzo de este transporte, y con él a la historia de Funchal, atacada por piratas, visitada por personajes históricos –la emperatriz Sisi o el primer ministro británico sir Churchill entre otros–, y habitada por gentes que aún hoy, hacen de ella uno de esos lugares con inexplicable encanto.
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